Por Nicoletta Batini (Fondo Monetario Internacional), James Lomax (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y Divya Mehra (Programa Mundial de Alimentos)
Los sistemas alimentarios son esenciales para la actividad económica porque proporcionan la energía que necesitamos para vivir y trabajar. Sin embargo, los macroeconomistas los han ignorado durante mucho tiempo bajo la creencia de que la industria agroalimentaria mundial, ahora altamente mecanizada, subsidiada y concentrada, ofrece todo lo que podríamos desear en lo que respecta a nuestros alimentos.
2020 será un año de ajustes para los sistemas alimentarios del mundo. En sólo unos meses, la COVID-19 paralizó a la mitad del mundo. Las imágenes de compras de pánico, estantes vacíos y largas colas en los bancos de alimentos nos han recordado de repente cuán importantes son los sistemas alimentarios en nuestras vidas y cuán desequilibrados se han vuelto.
Sin embargo, las compras masivas de alimentos inducidas por la pandemia no sólo reflejan el comportamiento humano durante las emergencias. Son evidencia de que la cadena mundial de suministro de alimentos -altamente centralizada y que opera en base a tiempos muy estrechos- es propensa a fallar ante los choques.
En muchos países, por ejemplo, se hizo imposible cosechar o envasar alimentos porque los trabajadores fueron retenidos en las fronteras o se enfermaron. En otros lugares, las existencias se acumularon y avalanchas de alimentos se desperdiciaron porque los restaurantes y bares estaban cerrados. En los países en desarrollo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) esperan que una "pandemia de hambre" y una duplicación del número de personas que mueren de hambre eclipsen pronto el coronavirus, a menos que se tomen medidas.
En un estado insalubre
Las grietas en la fachada del sistema alimentario mundial han sido evidentes durante mucho tiempo. Según el último informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, en 2018 alrededor de 820 millones de personas se acostaban a dormir con hambre y un tercio de toda la población carecía de nutrientes esenciales. Al mismo tiempo, 600 millones de personas fueron clasificadas como obesas y 2.000 millones con sobrepeso debido a dietas desequilibradas también asociadas con obesidad, diabetes, cáncer y enfermedades cardiovasculares que comprometen la salud inmunológica. Hoy día, las personas inmunodeprimidas y desnutridas en todo el mundo están sufriendo desproporcionadamente las consecuencias letales de la COVID-19. En todos estos casos, el costo humano conlleva enormes costos económicos, incluida la pérdida de ingresos y el aumento de la deuda pública.
Las limitaciones del sistema alimentario van más allá de no poder nutrir bien al mundo. Los alimentos que crecen con un uso excesivo de productos químicos, en sistemas de monocultivo, y la cría intensiva de animales en la tierra y en el mar degradan los recursos naturales más rápido de lo que pueden reponerse y causan una cuarta parte de todas las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el hombre -la mitad de estás producidas por el ganado-.
Según la investigación científica, incluida la de la FAO, las operaciones industriales de cría de grandes cantidades de animales en espacios confinados producen virus letales, como la gripe porcina de 2009, y propagan "superbacterias" resistentes a los antibióticos debido al uso excesivo de estos medicamentos para promover el crecimiento del ganado y prevenir infecciones.
Al mismo tiempo, nuestra alteración incontrolada de hábitats vírgenes para cultivar y cazar ha permitido que patógenos mortales como el SARS, el VIH y el Ébola salten entre las especies e infecten a los nuestros.
Reinicio económico
La reconstrucción económica después de la crisis de la COVID-19 ofrece una oportunidad única para transformar el sistema alimentario mundial y hacerlo resiliente a las crisis futuras, garantizando una nutrición saludable y ambientalmente sostenible para todos. Para que esto suceda, agencias de las Naciones Unidas como la FAO, el PMA, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en conjunto, sugieren cuatro grandes cambios en el sistema alimentario:
- Cadenas de suministro de alimentos resilientes. Los alimentos producidos localmente se pueden distribuir de manera más eficiente, reduciendo los riesgos de inseguridad alimentaria, desnutrición y alzas en los precios de los alimentos, al tiempo que se crean empleos locales. Esto requiere una transformación rural para empoderar a los pequeños productores y minoristas e integrarlos en la economía de los sistemas alimentarios.
- Dietas saludables. Frenar el consumo excesivo de alimentos animales y altamente procesados en los países más ricos y aumentar el acceso a una buena nutrición en los más pobres puede mejorar el bienestar y la eficiencia del uso de la tierra, hacer que los alimentos saludables sean más asequibles a nivel mundial y reducir las emisiones de carbono. Reorientar los subsidios agrícolas hacia alimentos saludables, gravar los alimentos no saludables y alinear las prácticas de compras, los programas educativos y los sistemas de atención médica hacia mejores dietas puede ser de gran ayuda para lograrlo. A su vez, esto puede reducir los costos de la atención médica a nivel mundial, disminuir la desigualdad y ayudarnos a enfrentar la próxima pandemia con personas más saludables.
- Agricultura regenerativa. Una producción sostenible y regenerativa en la tierra y el océano, conectada a sistemas alimentarios locales y regionales fuertes, puede sanar nuestros suelos, aire y agua, impulsando la resiliencia económica y los empleos locales. Se puede lograr promoviendo la agricultura sostenible, facilitando el acceso al mercado y nivelando el campo de juego financiero y regulatorio para los agricultores más pequeños y sostenibles en relación con los grandes agricultores intensivos.
- Conservación. La cría de menos animales para iniciar un cambio hacia dietas basadas en vegetales en los países más ricos es clave para salvar ecosistemas vírgenes. Los esfuerzos de conservación que están en línea con la reciente propuesta de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente sobre un marco global para proteger las plantas y la vida silvestre de la Tierra, junto con medidas audaces para erradicar el comercio de animales silvestres, son fundamentales para restaurar la biodiversidad, impulsar el secuestro de carbono y reducir el riesgo de futuras pandemias.
Los sistemas alimentarios se encuentran en la encrucijada de la salud humana, animal, económica y ambiental. Ignorar esto expone a la economía mundial a shocks financieros y de salud cada vez mayores a medida que el clima cambia y la población mundial crece. Al priorizar las reformas del sistema alimentario en nuestras agendas, podemos avanzar de forma concreta hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre el cambio climático. Porque como dijo una vez Winston Churchill: "Los ciudadanos saludables son el mayor activo que cualquier país puede tener".