Son tiernos, son lentos, muy lentos, y tienen una especie de sonrisa permanente dibujada en su pelaje. Los perezosos son, para muchos, una especie de afables peluches vivientes, y así los retratan en películas infantiles, documentales y videos virales.
Pero no hay nada más alejado de la realidad. Estas percepciones equivocadas están alimentando el mercado ilegal de mascotas, a un precio altísimo para la especie.
Existen 6 especies de perezosos en América Central y América del Sur. Todas están amenazadas por la deforestación y la degradación de su hogar, los bosques tropicales, así como por el tráfico ilegal. El trato con las personas y la salida violenta de sus entornos naturales tienen generalmente un desenlace fatal.
Organizaciones encargadas de la protección de la especie América Central y en Colombia estiman que entre 80% y 90% de los perezosos que son traficados muere.
“Los perezosos son animales muy sensibles, se estresan con mucha facilidad y esas situaciones se reflejan inmediatamente en sus sistemas respiratorio y digestivo”, relata Néstor Correa, biólogo y presidente de la Asociación Panamericana para la Conservación (APPC), una organización que rehabilita a perezosos rescatados en Panamá.
La fragilidad es máxima en el caso de los bebés, que son los más apetecidos por el tráfico ilegal. “La separación de sus madres y la falta de la lecha materna es traumática para ellos”, dice Correa.
Los bebés son apartados de sus madres, a menudo con violencia, y luego son mal alimentados, guardados en hacinamiento y físicamente maltratados. En muchos casos sus uñas son cortadas para evitar que hieran a los humanos, un daño terrible, ya que dependen de las pezuñas para hacer lo único que pueden: colgar de los árboles.
Los perezosos se alimentan de plantas y frutas que se hallan solo en los árboles tropicales. Sólo bajan a la tierra para defecar, aproximadamente una vez a la semana. Su metabolismo es muy lento, por eso gastan muy poca energía al moverse.
Cientos de crías enfermas y deshidratadas han llegado al albergue de la APPC en la comunidad de Gamboa, a orillas del Canal de Panamá. Las personas suelen llevarlas allí cuando sus estados de salud alcanzan niveles críticos después de días o semanas de transporte o cuidados inadecuados.
“Los bebés perezosos son como una porcelana”, afirma Tinka Plese, cuya organización, la Fundación Aiunau, en Medellín, Colombia, tiene más de 20 años dedicada a la conservación de perezosos, armadillos y osos hormigueros.
Las épocas en las que llegan más perezosos al refugio de la fundación coinciden con los días posteriores a las temporadas vacacionales, cuando los habitantes del Valle de Aburrá viajan a zonas donde habita la especie y compran ejemplares en los márgenes de las carreteras, relata Plese, quien también integra el Grupo de Especialistas en Osos Hormigueros, Perezosos y Armadillos de la Comisión de Supervivencia de Especies de la UICN.
Los precios que se pagan por uno de estos animales en las ciudades o los países de altos ingresos estimulan el mercado ilegal en las comunidades más vulnerables. Una dócil cría puede representar mucho más dinero que un salario semanal o mensual en una comunidad rural. Los animales se ofrecen en carreteras y plazas e incluso por encargo, de acuerdo con Plese.
Además de rehabilitar ejemplares, la Fundación Aiunau investiga el funcionamiento del tráfico ilegal a nivel local, ofrece experiencias educativas para la sociedad civil y los funcionarios del gobierno, y participa en la elaboración de políticas nacionales contra el comercio ilícito de especies.
En Colombia y Panamá habitan cuatro de las seis especies de perezosos. El Bradypus variegatus (de tres dedos) y el Choloepus hoffmanni (de dos dedos) viven en ambos países, mientras el Choloepus didactylus (de dos dedos) habita Colombia y gran parte de la Amazonía. Estas tres especies están en nivel de “menor preocupación”.
El único perezoso en peligro crítico de extinción es el Bradypus pygmaeus o perezoso pigmeo, que vive solo en una isla caribeña de menos 5 kilómetros cuadrados, en Panamá.
Existen otras dos especies de perezosos. El Bradypus tridactylus, que vive en Brasil, Guayana Francesa, Guyana, Surinam y Venezuela, y el Bradypus torquatus, que habita solo un tramo del bosque atlántico de Brasil y está considerado vulnerable.
El rol del turismo
Los populares perezosos se han convertido en una mercancía más dentro de la oferta de servicios turísticos. Cuando no los venden, los exhiben en ciudades y puertos, y dejan que la gente los abrace y les den de comer.
En Panamá, la APPC trabaja para generar conciencia entre los turistas sobre estas malas prácticas. Su vecino y aliado, el Gamboa Rainforest Resort, ha construido instalaciones para que los turistas conozcan el proceso de rehabilitación de los perezosos, respetando sus espacios y sin perturbar sus rutinas.
El centro incluye un tramo de bosque donde la organización puede comprobar si los ejemplares están listos para regresar a una vida placentera en las copas de los árboles.
Algunos de los inquilinos de la APPC no podrán darse ese lujo por haber perdido la oportunidad de aprender de sus madres los instintos de supervivencia. Su docilidad los convertiría en una presa fácil para otras especies, como el jaguar.
Ese es el caso de Coquito, un Bradypus variegatus conocido en la APPC por su mansedumbre. (Ver foto) Como ya no puede volver a las profundidades del bosque, consiguió un trabajo diferente: ser la imagen de la organización para que su historia de vida ayude a los humanos a cambiar su relación con la vida silvestre.
ONU Medio Ambiente lucha contra el tráfico ilegal de especies silvestres a través de la campaña Feroz por la Vida, que busca concientizar al público sobre los terribles efectos de este negocio criminal.