Sonia Gómez ha dedicado su vida a la agricultura. Creció entre los cultivos de sus padres, en las montañas fértiles de Costa Rica, y en los últimos ocho años ha liderado una finca de alimentos orgánicos única en su zona. Pero toda esa experiencia no la preparó para una de las mayores amenazas que enfrentaría su negocio: el cambio climático.
Las sequías o lluvias más intensas impulsadas por el calentamiento global llegaron a causar estragos en sus cultivos de chiles, tomates y zanahorias.
“Ahora no sabemos cuándo va a llover, cuándo va a hacer sol, y a nosotros, como agricultores, se nos dificulta sembrar así. Sobre todo en verano”, dice Gómez, cuya finca, llamada La Sanita, está ubicada en la provincia de Cartago, en las faldas del Volcán Irazú, el más alto del país.
En el mundo, 1.500 millones de personas viven o trabajan en pequeñas unidades de producción agrícola. A menudo, no pueden costear tecnologías avanzadas que les ayudarían a lidiar con las consecuencias del cambio climático.
Gómez está superando ese desafío con la ayuda del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Este año, La Sanita se convirtió en una finca modelo que muestra soluciones de bajo costo, amigables con el medio ambiente, diseñadas para ayudar a los agricultores a adaptarse a un clima cambiante. Ahora, la finca cuenta con un banco de semillas, un sistema de riego y otras medidas de adaptación.
Este esfuerzo es parte del proyecto Microfinanzas para la Adaptación basada en Ecosistemas (MEbA) del PNUMA, que se implementa en Costa Rica junto con la organización microfinanciera Fundecooperación para el Desarrollo Sostenible.
Ahora no sabemos cuándo va a llover, cuándo va a hacer sol, y a nosotros, como agricultores, se nos dificulta sembrar así. Sobre todo en verano.
Semillas de cambio
“Ayudar a los pequeños agricultores a enfrentar los efectos del cambio climático es crucial para combatir la pobreza, garantizar la seguridad alimentaria y preservar la biodiversidad que nos proporciona recursos vitales. El apoyo de instituciones financieras es clave para transitar hacia una agricultura más sostenible y resiliente”, dice Leo Heileman, director regional del PNUMA en América Latina y el Caribe.
América Latina y el Caribe es una de las regiones del mundo que produce menos emisiones de carbono y sin embargo es una de las más vulnerable a los eventos climáticos extremos. Esto es especialmente cierto en el llamado Corredor Seco de Centroamérica, una franja que incluye partes de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá.
En esta zona, donde más de 2 millones de personas dependen de la agricultura de subsistencia, las temperaturas podrían subir hasta los 7°C a fines de siglo según algunas proyecciones, lo cual alteraría drásticamente los patrones climáticos.
Desde 2012, MEbA ha prestado asistencia técnica a instituciones financieras para el desembolso de más de US$ 29 millones destinados a pequeños productores de Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Perú y República Dominicana.
El proyecto ha facilitado que estas instituciones financien más de 30 medidas de adaptación, como la apicultura o la silvicultura. Tal es el caso de dos nuevos productos crediticios de Fundecooperación que promueven la agricultura y la ganadería climáticamente inteligentes.
Transformando el paisaje de las fincas
Tras meses de restricciones a causa de la pandemia de COVID-19, el pasado 25 de noviembre la parcela demostrativa La Sanita fue formalmente inaugurada junto con otra más, la finca Xoloitzcuintle de Cartago, dedicada al cultivo de vegetales para la preparación de salsas picantes y liderada por la agricultora María Fernanda Masís.
El apoyo del Proyecto MEbA y los microcréditos han ayudado a las agricultoras a reinvertir en su tierra. La Sanita ahora cuenta con siete medidas de adaptación sostenible, entre estas un sistema de recolección de agua de lluvia que se alimenta de un invernadero, el cual Gómez construyó previamente gracias al financiamiento de Fundecooperación.
El riego por goteo lleva el recurso directo a las raíces, donde las plantas más lo necesitan, y reduce la posibilidad de evaporación a causa del calor.
La finca ahora cuenta también con un laboratorio de abonos orgánicos para mejorar la productividad del suelo, y un banco para garantizar la disponibilidad de las semillas de calificación orgánica durante todo el año. Además, se construyó un deshidratador solar y se sembraron árboles frutales y hierbas perennes en las zonas de mayor pendiente con el fin de reducir la erosión del suelo.
Por su parte, Xoloitzcuintle está recuperando la calidad de su suelo para hacer frente al clima más extremo. Años de labrado mecánico y aplicación de agroquímicos dieron como resultado una tierra compactada, con poca materia orgánica, y que se erosiona fácilmente cuando llegan las lluvias fuertes.
Con el apoyo del proyecto se pusieron en práctica soluciones para un manejo seguro y controlado del agua. Algunas son simples, como las zanjas-bordo para infiltrar el exceso. Otras son más complejas, como el sistema de riego por goteo. Además, se están produciendo en el terreno abonos orgánicos y se implementó un sistema silvoagrícola que aprovechará la sombra y otros beneficios de los árboles maderables y frutales.
"La mejor forma de enseñar es mediante el ejemplo. Las fincas demostrativas facilitan el intercambio entre personas productoras para aprender de las experiencias y atreverse a invertir en soluciones similares mediante los productos de crédito especializados en acciones climáticas”, dijo Marianella Feoli, directora ejecutiva de Fundecooperación.
MEbA es un proyecto de la Oficina del PNUMA en América Latina y el Caribe, financiado por el Ministerio Federal de Medio Ambiente, Protección de la Naturaleza y Seguridad Nuclear (BMU) de Alemania.