La pequeña isla alemana de Sylt, patrimonio mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (UNESCO), ha sido sede de un popular campeonato mundial de windsurf desde 1984. Con 40 kilómetros de costas llanas y fuertes vientos, sus condiciones son ideales para este deporte acuático.
Pero los efectos del cambio climático, cada vez más pronunciados, amenazan la isla y su tradición deportiva, un desafío que los organizadores del evento han decidido encarar.
Sylt está perdiendo terreno rápidamente a causa del aumento del nivel del mar. Las marejadas ciclónicas cada vez más intensas y frecuentes podrían arrasar con playas y edificaciones, así como con la biodiversidad de las dunas y marismas locales.
Los registros de pérdida anual de tierras, que se remontan a 1870, demuestran que la isla se está encogiendo cada vez más rápido. Entre 1870 y 1951, Sylt perdió cada año 0,4 metros de tierra en su costa norte y 0,7 metros en el sur. En las últimas décadas, esta tasa ha aumentado a 0,9 metros en el norte y 1,4 metros en el sur.
El campeonato de windsurf se ha unido a los esfuerzos locales para enfrentar el cambio climático. La edición de este año, que reunió a competidores de 32 países y 200.000 espectadores, ha sido la más sostenible de todas.
El evento, que se celebró del 27 de septiembre al 6 de octubre, trabajó exclusivamente con electricidad de fuentes limpias y los participantes compensaron sus emisiones de CO2 al aportar fondos para la reforestación de manglares.
En asociación con la campaña Mares Limpios del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), los organizadores del evento prohibieron las botellas de plástico y los cubiertos desechables, con lo cual redujeron drásticamente los desechos de plástico. Además, organizaron una limpieza de la playa, se aseguraron de que toda la basura se retirara después de la competencia y reciclaron todo el material publicitario.
“Los eventos deportivos, especialmente aquellos que hacen uso de las características naturales de nuestro planeta, tienen una gran oportunidad para crear conciencia sobre la emergencia climática mundial. Sylt está entre los lugares más vulnerables al cambio climático y es emocionante ver que también está a la vanguardia de la acción positiva para enfrentar este desafío”, dice Niklas Hagelberg, coordinador de cambio climático de UNEP.
La isla tiene una rica biodiversidad. Muchas aves tienen sus zonas de incubación en Sylt o usan la isla como una parada en sus migraciones mundiales.
Los brezales en el lado este proporcionan hábitats para muchas especies únicas de plantas y animales que se han adaptado a los fuertes vientos. Hasta la fecha se han registrado alrededor de 2.500 especies animales y 150 de plantas, de las cuales 45% está en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Especialmente notables son las 600 especies de mariposas que viven en los brezales y el sapo corredor, una especie amenazada.
Una robusta rosa rosa y blanca -la rosa Sylt- crece en toda la isla, en las dunas y entre las antiguas tumbas vikingas, la mayoría de las cuales han sido arrasadas por el mar. Junto con el resto de la flora única de Sylt, las raíces de esta planta ayudan a evitar que la isla desaparezca a causa de la erosión.
Se han implementado otras soluciones basadas en la naturaleza, desde sembrar plantas de barrón para evitar la erosión de las dunas, hasta pastorear ovejas en los diques y brezales para mantener la vegetación corta, comprimir el suelo y crear una superficie más densa y resistente al impacto de las olas.
UNEP y sus aliados trabajan para proteger los ecosistemas marinos y erradicar la marea plástica que contamina nuestros océanos. En todo el mundo, van en aumento las regulaciones para controlar el consumo de plásticos desechables, que representan la mitad de toda la producción de este material.
La campaña Mares Limpios de UNEP es un movimiento global orientado a los gobiernos, la industria y los consumidores para reducir la producción y el uso excesivo de plástico que contamina los océanos, daña la vida marina y amenaza la salud humana. Hasta el momento, 60 países apoyan la campaña.